El fujimorismo de Keiko ha sido incapaz de mostrar el rostro amable y democrático que se esforzó en marketear desde que empezó la campaña por la presidencia. Cuando tuvo que tomar decisiones duras, pero determinantes de lideresa, fue incapaz.
Fue incapaz de anunciar que pedía a Joaquín Ramírez su separación del partido apenas conocida la denuncia e investigación que le sigue la agencia antidrogas de los EEUU. Fue incapaz de hacer lo correcto por lo menos esa vez. Porque ya Ramírez venía siendo investigado por lavado de activos por el Ministerio Público de Perú, algo que los fujimoristas decidieron ignorar. Fue incapaz de hacerlo a un lado como correspondía ante una denuncia tan grave. Y en vez de eso, Keiko Fujimori eligió el peor camino, ese que recuerda todo lo abyecto del régimen de su padre y que la pone en exacta competencia con él: denigró al mensajero, ordenó o por lo menos dejó que sus congresistas ataquen a los periodistas, la llamaron prensa basura, y rápidamente su promesa del primer debate, en el que papel en mano prometió respetar a los medios de comunicación, fue violada. Pero no solo eso, ordenó, aprobó o por lo menos debió haber sido de su conocimiento como lideresa del partido, de que se jugarían unas supuestas pruebas que desmontarían la credibilidad del informante de la DEA. Difícilmente uno puede creer que ella estuvo al margen, tratándose del salvataje de alguien que ella defendió hasta el último momento, alguien a quien ella se resistía a hacer a un lado, y sabiendo que el tema en cuestión era lo suficientemente grave como para que sea un asunto accesorio del que se encarguen otros. Y si fuera el caso que Keiko no sabía nada de nada sobre los planes del audio, entonces también es una pésima señal de quien se rodea de gente capaz de manipular evidencias y manipular a la prensa, pasando a la lideresa por encima.
Cuando algunos se preguntan qué es esa democracia que decimos defender, tiene que ver con eso que los fujimoristas no llegan a integrar en su forma de vida: honestidad, transparencia, respeto a la institucionalidad. El fujimorista promedio está convencido de que todo medio se justifica para lograr su fin. Se trate de manipular, tergiversar, insultar, denigrar, injuriar, difamar, mentir, engañar, todo sirve y todo vale para llegar al objetivo último: el poder.
El fujimorismo de Keiko ha sido incapaz de mostrar el rostro amable y democrático que se esforzó en marketear desde que empezó la campaña por la presidencia. Cuando tuvo que tomar decisiones duras, pero determinantes de lideresa, fue incapaz. Fue incapaz de aceptar hidalgamente su derrota, incapaz de mostrarse en gesto democrático y de estadista saludando al vencedor y deseándole lo mejor para el país que ella quería gobernar.
En lugar de ello, siguió los peores consejos de sus más recalcitrantes juntas y pusieron en escena un grotesco espectáculo que clamaba por demostrar poder. Keiko mostró sus peores muecas, entre la falsa sonrisa y la sed de venganza. Pero el problema no es solo que quienes le aconsejaron tamaño despropósito le perjudiquen y abonen a dañar su ya frágil imagen como la embaucadora de Harvard que dijo ser demócrata, haber cambiado, no ser como su padre, reconocer delitos y más. El problema para Keiko es Keiko. Porque si fuera una real lideresa, sabría que aplazar hasta ahora su saludo presidencial, seguir suplicando por disculpas que ya se dieron, solo la achatan como líder, hace que se la perciba debilitada, derrotada, descompuesta, incapaz de cumplir con un ritual demócrata.
Keiko Fujimori parece haber quedado atrapada en la encrucijada entre la herencia de su padre y su nombre propio. Hasta dónde es Keiko y hasta dónde debe ser Fujimori. Hasta cuándo alza la voz, frunce el ceño, habla con desprecio, o más bien retorna a su primera persona amable, protocolar, sonriente. Cuándo dice lo que cree o cuándo está obligada a creer lo que dice. O lo que le dicen que debe decir. O lo que le escriben que debe leer. Quizás los Fujimori deberían reconsiderar su participación en política. Es evidente que ninguno de los dos hermanos tiene especiales atributos o habilidades que puedan hacerlos merecedores de un cargo de tan alta responsabilidad. Es evidente que cada uno de ellos se ha encargado de engrosar su propia mochila de desaciertos, sombras y dudas. Incluso algunas de ellas con suficientes indicios como para que sean investigados. Nos quedaríamos tranquilos sabiendo que en el 2021 ni Keiko ni Kenji postularán a la presidencia, tal como lo aseguró Keiko cuando intentó corregir a Kenji, o Kenji cuando acató finalmente el mandato de su hermana. Pero conocemos demasiado bien al fujimorismo y a los Fujimori. Y si de algo podemos estar seguros es de que no se puede confiar en lo que dicen, por más énfasis que le pongan, papel que firmen o tuit que quede para la posteridad. El engaño es constitutivo del fujimorismo. Estamos advertidos. A trabajar duro estos 5 años para no tener que estar al borde del abismo otra vez.
Fuente: http://larepublica.pe/
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